Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Romanos 8:5, 6.

El hombre es mucho más que una serie de factores de orden psicogénico, físico, biológico o sociológico. Tiene un núcleo espiritual, puesto por Dios al hacerlo su imagen y semejanza, alentado por el Espíritu de Dios, que hace que no sea solamente un ser material, originado por la materia y destinado a ella.

Lo espiritual (que, según Frankl, no siempre tiene que ver con lo religioso) es lo que nos hace humanos, y tiene que ver con el reino de los valores (lo que realmente importa), del sentido de la existencia, de los afectos supremos, del amor verdadero (a una pareja, a la familia, a los amigos, a una causa). Es todo aquello que nos da una razón para vivir, que hace que la vida merezca ser vivida, aun en las peores circunstancias.

Viktor Frankl nota que, en la sociedad en que vivimos, el hombre, aunque ha progresado en el sentido material, científico, tecnológico y hedonista, padece de un tipo de neurosis que él denomina “neurosis noogénica”; es decir, una neurosis producida por la represión de la espiritualidad. Y su resultado es el vacío existencial, el vacío interior. El hombre posmoderno es un “hombre light”, como diría el pensador y psiquiatra español Enrique Rojas: carente de valores humanos, que los ha sustituido por el hedonismo (la búsqueda de placer como el bien supremo), el consumismo (atosigarse de cosas materiales y de otro tipo, con lo que se pretende llenar el vacío interior), la permisividad (todo se tolera, aunque esté mal) y la relatividad (todo vale, todo da lo mismo).

Sin embargo, hay un núcleo en la naturaleza humana que va más allá de lo espiritual, que es el núcleo religioso. Para el cristiano verdadero, este es el núcleo fundamental de la vida, del cual se desprende todo lo demás, que incluye lo espiritual, y es la fuente suprema de su inspiración. Como diría San Agustín en su oración a Dios: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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